SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Aportaciones de la revolución rusa al acervo teórico del movimiento obrero actual.-

La revolución rusa, por ser una experiencia, ha aportado muchos datos al movimiento obrero mundial, y también naturalmente, al movimiento obrero de nuestro país.

Al aportar nuevos datos reales, pone en cuestión, obliga a revisar los conocimientos que forman la teoría del movimiento obrero actual.

Por ejemplo, y vayamos a un punto que está en el centro de todos estos problemas y que proponemos porque ha nacido en los hechos, en la práctica; no es un problema inventado para entretenerse, sino para orientar la práctica, para saber en qué dirección damos el próximo paso.

Los campesinos rusos, les llamaban y les llamamos así, porque el objeto sobre el que trabajan es el campo pero su diferencia con cualquier otro trabajador es solo ésa. Eran trabajadores por cuenta propia en un proceso de trabajo individual.

Un carpintero, con su pequeño taller, es así mismo un trabajador por cuenta propia en un proceso de trabajo individual. Un frágüero, un calafate, una modista, un zapatero, también lo son.

Los campesinos rusos eran la otra pata (así lo decía  Lenin), de la revolución, que descansaba en ellos y en los obreros.

Los campesinos rusos plantearon a la revolución muchos problemas, muchos y muy graves. Pero no por trabajar la tierra y producir prácticamente todos los alimentos, sino por la forma en que trabajaban. Exactamente por trabajar por cuenta propia en un proceso de trabajo individual.

Estas dos características eran, ciertamente, lo contrario de la forma  de trabajar los obreros, que es por cuenta ajena y en un proceso de trabajo colectivo (muchos trabajadores con tareas combinadas que desembocan en el producto final).

Hemos de recordar que la revolución rusa era, como todas las europeas en aquellas fechas, una revolución obrera.

El ejemplo (el paradigma le llaman los estudiosos, pero significa lo mismo), el esquema, que los obreros y sus organizaciones tienen en la cabeza cuando piensan, planean y proyectan, su revolución, es una empresa capitalista industrial. Y esto es lo que tienen en su cabeza, porque es lo que tienen ante su vista y en sus propias manos cada día.

El modelo de que parten, no se confunde con el modelo al que se quiere llegar; pero, mientras que éste es real, el modelo deseado es más bien un resultado final, cuyos pasos intermedios habrá que ir contrastando con los resultados en la práctica.

Los campesinos, en esto del modelo de la revolución obrera, quedan absolutamente fuera de juego, no va con ellos. Simplemente pactan con el gobierno comunista porque éste les ayuda a mejorar su modelo, que, como hemos visto es prácticamente el contrario que el de los obreros. Es decir, ellos no tienen ninguna participación en la creación del modelo que servirá de ejemplo en la idea central que la revolución maneja sobre la producción.

Los demás ejemplos que hemos reseñado de procesos de trabajo individuales y por cuenta propia (carpinteros, sastres, etc.), existentes en la Rusia de los primeros años de la revolución, tampoco formaban parte de la realidad en que se basaban los obreros para construir su modelo de empresa. Al igual que los campesinos, más bien formaban lo que se podría llamar el antimodelo. Lenin comenzó a señalarlos como lo contrario de lo deseado en la nueva ordenación del trabajo, formando con ellos y los campesinos, un conjunto al que llamaba “la pequeña producción”, y al que atribuía todo tipo de influencias contrarias al curso de la revolución. Stalin, posteriormente, combatió como el peor enemigo esta llamada pequeña producción.

El modelo, por lo tanto, de la nueva producción revolucionaria era la gran empresa capitalista, por la que, por otra parte, y a lo largo de toda la revolución, mostraron los dirigentes rusos una gran admiración, sobre todo las grandes empresas americanas.

Esta gran empresa capitalista se ha ido moldeando desde su inicio, de tal manera que, es el principal escenario en el que el capital (y en cada empresa, el capitalista), ha ido materializando  el tipo de trabajo, el tipo de trabajador, que mejor se adapta a la consecución de sus intereses.

Y decir que ha ido “materializando” el tipo de trabajo y de trabajador que le interesaba, quiere decir que los cambios introducidos por el capital en el seno mismo del trabajo, en el puro funcionamiento del trabajo, en el proceso de actuación del trabajador sobre la naturaleza, el capital ha ido dejando señales materiales del dominio de su interés sobre otra cualquier consideración.

Las grandes palancas en que se ha apoyado la llamada revolución industrial, así lo atestiguan. Y son, efectivamente, testimonio de ello, considerándolas una a una , y en su conjunto.

Es la primera de estas palancas la cooperación. En los procesos de trabajo individuales la cooperación, dentro del propio proceso de trabajo, no tiene papel alguno. Por las manos del trabajador único van pasando todas y cada una de las tareas necesarias para obtener el producto.

Hablamos, por lo tanto, de procesos de trabajo donde interviene más de un trabajador.

La cooperación aporta una forma distinta de actuación del hombre sobre la materia. A donde no llega el trabajador, por su limitación física, llega el trabajador cooperante. Cargar un gran tronco en un carro, mover un barco con tres pares de remos, supera la capacidad de un trabajador. Sin el concurso de varias fuerzas de trabajo sería imposible conseguir el efecto útil deseado.

Estamos ante la cooperación simple, puesto que todos los trabajadores que actúan hacen la misma tarea, todos reman o todos se esfuerzan por levantar el gran peso.

En la cooperación compleja cada trabajador desempeña una tarea distinta, y de su combinación resulta el producto.

Esta distintas tareas, antes aparecían juntas componiendo los saberes y habilidades de cada oficio. El capital, como organizador técnico del trabajo ajeno, es quien dirige este desmembramiento de la tarea, de la función de cada viejo artesano, convirtiéndola en diversas funciones simples, al frente de cada una de las cuales coloca a un trabajador limitado a su muy limitada tarea. La sabiduría y destreza de un trabajador (el artesano), pasa al coordinador, al director de los trabajos parciales. Pasa al capital. Los nuevos trabajadores, para desempeñar su función solo tienen que saber lo suficiente para hacer los sencillos movimientos que componen su tarea.

La especialización de las tareas lleva a la especialización de las herramientas. La herramienta que servía para varios cometidos, ahora sólo se necesita para la limitada función del especialista, con lo que cambia su forma y dimensiones.

La segunda palanca en la revolución industrial fue la masiva utilización de los principios y métodos científicos en la producción, la aplicación de la ciencia a los procesos de trabajo.

La física, la química, las matemáticas, la lógica, son aplicados a unas actividades antes sometidas a la sola experiencia directa del propio trabajador.

La producción de escala (fabricar dos mil ventanas, en lugar de doce), solo es posible incorporando formas de trabajo que aplican conocimientos que se derivan de la química (tratamientos de la madera), la física (construcción  y utilización de la maquinaria especializada), de la matemática (control de costes, cálculo de amortizaciones).

El estudio de los movimientos de las herramientas para su mejor adaptación a la producción de escala, y el estudio de la composición interna, así como de las propiedades de las materias primas, son los campos en los que la física y la química han tenido una aplicación más notable.

La tercera palanca es la aplicación a la producción de nuevas formas de energía: vapor de agua, electricidad, petróleo y derivados. Alguna de ellas ya conocida, pero nunca utilizadas masivamente como ahora.

En rigor, el espectacular cambio en la forma de trabajar, es fruto de la combinación de lo que hemos llamado estas tres palancas.

La cooperación viene, juntamente con la especialización, reforzada y profundizada con la aplicación de la ciencia; y las nuevas energías significan un nuevo impulso en la aplicación de la ciencia (tecnología) a la producción en masa.

Y es el capital el indudable protagonista de esta combinación de factores que han dado como resultado material la empresa industrial capitalista.

El capital ha dirigido este proceso de modificación de la forma de trabajar, a lo largo del cual los cambios han quedado materializados, tanto en las herramientas, como en la máquinas que las combinan, de forma que los movimientos y las cadencias de este combinado mecánico son las pautas que el trabajador ha de obedecer ciegamente. Es el mando del capital sobre el trabajo traducido al lenguaje técnico.

Todo el proceso descrito ha estado montado a espaldas del trabajador. Todo él, dirigido por el capitalista, no ha tenido otro norte que su mayor enriquecimiento. Es como un molino triturador, decía Marx, que constantemente produce, reproduce, capitalistas por un lado y obreros por otro. Nosotros podríamos remachar: para eso se ha construido.

Pues bien, ese “aparato” de producir, esa empresa capitalista, es la que ha servido de paradigma, de modelo, al partido bolchevique para proyectar la nueva producción revolucionaria. Naturalmente, quitando de en medio al capitalista.

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